En este ejemplo tan bonito podemos apreciar una clara diferencia entre una voluntad competitiva (los adultos) y una voluntad cooperadora (los niños). En esa diferencia puede radicar que vivamos como adultos en un mundo egoista, simplificado y con un sentido de la coherencia un poco desvíado. Es probablemente el elemento fundamental que propicia que en el sistema capitalista competitivo actual, 62 personas tengan la misma riqueza que tres mil quinientos millones de personas, la mitad del planeta.
La competición siempre propicia ganadores y perdedores, por lo que partiendo de esa base, ¿Qué sociedad tenemos con tanta competencia? Una sociedad con un sistema transversal de competitividad que domina todos los ámbitos. Es por ello, que podemos estar comiendo en un restaurante carísimo, mientras millones de personas pasan hambre, pues es fácil y factible justificaenos diciéndonos a nosotras mismas, que nos lo hemos ganado.
En una sociedad un poco menos competitiva y más cooperativa, no podríamos tolerar que la mitad de la población fuese tan pobre, que miles de niños fueran exclavizados en diferentes trabajos para que otro montón podamos disfrutar de ciertos de privilegios. No podríamos mirar a la cara a personas que huyen de una guerra y a las que les decimos desde nuestros sillones que no vengan, que aquí no hay sitio para nadie mas. Veríamos indecente la ostentación de la riqueza en la televisión, en las redes, y hasta en lo equipos de futbolín. En definitiva sería diferente porque el apoyo y la empatía serían valores centrales, y los valores actuales de acumulación y valía estarían apartados de los mecanismos de vida.
Es tan sencillo que duele ver lo complicadas que hemos hecho nuestras sociedades.
No todo es jauja en esta economía solidaria, pues difícil es escapar a las lógicas del patriarcado, pero existen; experiencias educativas, colegios, familias, pueblos, comunidades y hasta cooperativas integrales que de hecho funcionan con otras relaciones de poder y rangos radicalmente distintas y enormemente mas autosuficientes, empáticas y feministas.
Tenemos en las manos las posibilidades de poner en el centro a las personas, y elegimos sin embargo, poner el beneficio económico por encima. Es un reflejo muy claro de como la competición se ha hecho con nuestros destinos inmediatos y futuros en perjuicio de nuestra salud, el planeta y buena parte de las vidas que no han tenido la suerte de nacer en el mundo desarrollado.