Parece que fue hace años, casi me parece un recuerdo lejano, cuando gracias a todo ese flujo de emoción participativa me emocioné pensando que había llegado la hora de hacer política desde las instituciones, que el momento había llegado gracias a la irrupción de Podemos y de otras muchas iniciativas de desborde popular. El auge y apoyo a plataformas de base contra los efectos más crueles de la «crisis», esa frescura política de gente corriente, en cóctel combinado con la rabia, indignación y ganas de cambiar las cosas me enamoró como a muchas personas.
Conseguimos por fin, romper con el binomio de los grandes partidos. Lo conseguimos. Victoria de esa gran marea convencida de que se podían cambiar las cosas participando, vociferando, manifestándonos sin descanso… En definitiva, creo que si hubieramos seguido pensando que la política no es todo votar y qué la política de nuestros actos es la que cambia y cambió las cosas (de consumo, de ahorro, de solidaridad) ese flujo participativo aún seguiría vivito y coleando.
Casí como un veneno que lentamente nos ha dejado inmoviles e indefensos, el ciclo electoral y el teatro posterior que estamos viviendo desde bambalinas ya necesita de algún tipo de antídoto, si puede ser popular hacia las instituciones y que nos devuelva a las calles y no para jugar a Pokemon especialmente.
Con el verano en plena resaca y el calor más activo que nunca, nos encontramos en España con una situación política cuando menos curiosa (rídicula es un adjetivo más descriptivo). Una obra teatral, muy bien representada eso si, en la que no falta ninguna de las escenificaciones que hacen que dicha obra merezca la pena. ¿Por qué no empezamos a hablar claro y sin máscaras? Que España nunca ha sido de teatro, más bien de películas sociales y sin tapujos (salvando las españoladas franquistas). Vamos a ver los roles principales.
Uno de los roles fundamentales para la realización de la obra es el de Producción ejecutiva. Es decir, quien pone la pasta para que la obra se realice. Está muy claro que podemos dividir esta sección en dos. Los productores públicos que seríamos nosotros con nuestros impuestos y los productores privados que serían las grandes empresas, que ponen pasta a destajo a través de campañas electorales, inversión en medios de comunciación, donaciones a partidos, etc.
Otro rol importante son los Actores que representan los papeles que vemos. Los cuatro actores que se pasan el día echándose reproches a la cara están haciendo muy bien su papel. Otra cosa no, pero son grandes actores, ya que nos están convenciendo completamente con su interpretación. Quizá sería positivo que no fueran tan buenos interpretando o que los cuatro no fueran todos hombres, pero de momento, ese es otro tema.
En esta obra los roles de Escenógrafo y de Tramoyista los está realizando a la perfección el cuarto poder. Los medios de comunicación nos dan todo el contexto ideado, nos muestran todos los trucos necesarios para que pensemos lo que quieren, nos ocultan todos los tejemanejes que nos hacen dudar, etc. En definitiva, son los auténticos especialistas que hacen que de verdad nos creamos que unos son buenos, y otros malos. La lastima es que este rol está intimamente ligado con producción, y ya sabemos que las grandes empresas tienen un papel muy importante en todos estos trucos, y no es igualitario. Tres actores salen muy beneficiados de estos trucos, y uno sale muy perjudicado.
El Estado hace de Maquillador, Iluminador y Director musical para que todo en la obra esté bien enlazado como una sola idea. Se llega a las elecciones como un Estado fuerte, unido y democrático. Cuando la realidad es más bien un Estado dividido entre una España que muere y otra que bosteza que diría Machado.
Quizá por importancia, y por sentido común, en último lugar hablamos sobre la Dirección de la obra. Somos directores y directoras de la obra que nos representa. Somos la pieza fundamental que decanta la balanza, que elige a los protagonistas, que cuenta las batallas y que gana la guerra. Y poco a poco nos han hecho creer que somos el público. Pero el público no se encuentra dentro de los roles de una obra de teatro. Que no se nos olvide que somos la dirección, y por ello, algunas personas dimos un paso hacia delante hace un tiempo, convencidas de que nos tocaba dirigir este desastre para que los actores encauzaran la representación final. Pero hemos dejado que los actores nos «hackeen» la obra y se están encargando ellos de una función que ya no es nuestra.
Esta obra ya cansa, y lo mejor es dejar de verla con tan buenos ojos. Nuestro reto futuro vuelve a ser de nuevo tomar el papel de la dirección y dejar de ser el público que aplaude y babea cuando nuestro actor favorito sale a escena.