Cuando hablamos de política solemos aceptar que la misma está adscrita obligatoriamente a los parlamentos y a los partidos políticos, pero lo cierto es que la realidad es mucho más rica. Esta riqueza se compone, por poner algunos ejemplos, de organizaciones como las Ong’s, las asociaciones sociales, las fundaciones o los grupos de presión como los lobbys. La política es fácil y es compleja al mismo tiempo, de ahí que haya que tener muy claro los valores que se busca defender.
Además de la clásica militancia de todas estas organizaciones también existen pequeños reductos de personas que a nivel individual toman decisiones para cambiar su entorno, ¿y no es ese precisamente el eje central de la política?
Así que con esas premisas, ¿cual es el papel que tenemos como individuos en esta sociedad colectiva? Pues a pesar de la consabida frase «yo solo no puedo hacer nada», lo cierto es que como consumistas empedernidos que somos, tenemos la llave del rumbo social en nuestras manos.
Es tan político lo que consumimos como lo que votamos, pero es a tan pequeñas dosis que lo vemos diferenciado. Es decir, si me levanto por la mañana y enciendo la luz que me proporciona Iberdrola, me bebo la leche de Pascual, me pongo la ropa de Zara, cojo el coche de Volkswagen, uso mi móvil Apple y meto mi dinero en el banco Santander ¿acaso no estoy haciendo que esas marcas tengan el poder que tienen? Pues imagina que no estás en soledad, y a tu alrededor un montón de gente está haciendo lo mismo. No parecido. Lo mismo. Entonces te das cuenta de que si mucha gente decide consumir otra cosa esas marcas estarán en la posición de adaptar su negocio a tus necesidades o perder clientes. Por lo tanto, es la libertad de consumo (en esto somos más o menos libres) la política más directa que podemos ejercer.
Un ejemplo práctico: al principio de los 2000 en Holanda se pusieron de moda las bolsas de tela porque algunas empresas diseñaron bolsas de bonitos colores. Esto provocó que sin haber una voluntad explícita la gente dejara de usar bolsas de plástico y usara las bonitas bolsas de tela. Es un ejemplo del poder que como consumidores podemos tener.
Si elegimos una empresa que no explota niños en Bangladesh (aunque sea más caro) estaremos cambiando el modelo de una forma más directa que si esperamos a que un mesías nos guíe entre la niebla de ricachones que tienen el poder (que también es necesario). Ese sería uno de los pasos a realizar, otro sería consumir menos porque el planeta no nos abastecerá para siempre a este ritmo. Pero es un tema para otro artículo.
3 Comentarios
elhipy 30 noviembre, 2016 at 3:22 pm
Estoy de acuerdo pero te has dejado unas premisas en el tintero.
La publicidad nos tiene sorbido el seso con lo que necesitamos mientras no sabemos que uso le vamos a dar.
Y otra cuestión es la de sentirse integrado en un grupo o escala social y el miedo de quedar excluido si no llevas o tienes ciertos productos.
No es tan fácil hacer un consumo responsable, primero hay que valorarse uno mismo para no dejarse influenciar por la publicidad y las modas
Salu2 Eduardo
sacacorchosblog 5 diciembre, 2016 at 8:58 pm
Gracias por tu opinión Eduardo. Llevas razón en que hay muchos factores que nos dejamos fuera al hacer un análisis del consumo, pues el tema es complejo. Nuestra intención era potenciar la idea de que el consumo también puede ser una forma de cambio. Un saludo.
Vicente González Pérez 26 marzo, 2017 at 9:43 pm
Creo que eso de sentirse integrado en un grupo está bien. Y si salimos del grupo y vemos que hay ahi fuera ?
Saludos