Age quod agis

Age quod agis

Teníamos tanto que aprender de aquel periodismo estadounidense que trotaba libre de expresión por las pantallas de televisión y cine que quizá no lo abordamos como se debía cuando nos llegó la hora de poder hablar, no digo sin, pero sí con menos restricciones.

Ansiosos de volar junto a aquellos iconos de la libertad de expresión, libreta en ristre, intentábamos emularles, con desigual resultado pero con la misma dedicación e interés que poníamos en diferenciar con los ojos cerrados la coca de la pepsi ¡Éramos tan jóvenes! Lejos queda aquel tiempo en que todo parecía posible desde las hojas de un diario. Leo, y lo diré una vez más con las palabras de Silvio, «arar el porvenir con viejos bueyes»; pero los viejos bueyes de acá no los de allá, que otro gallo nos cantara si así fuere. Qué distinto todo si un joven Bradlee les dijera a estos escribidores: «No me interesa lo que piensas. Me interesa lo que sabes.» Me faltan, como a Bradlee, razones. Y me sobran calificativos desprovistos, por usados, de contenido; me sobran opiniones infundadas; me sobran textos mutilados y tergiversados hasta ser el traje a medida de una editorial u otra; me sobran emociones que empañan, interesadamente, el contrato social.

Me faltan verdades a priori y me sobra post verdad, ese engendro que amenaza con devorar los hechos como la Nada a Fantasía. Quiero, deseo y necesito leer como alguien pregunta sin miedo, sin intereses creados, sin preguntas pactadas, sin tregua, hasta que el entrevistado, acorralado por la sagacidad del periodista y lo incuestionable del hecho, responda, inevitablemente, la verdad. Ni quiero, ni deseo ni necesito, que pidan perdón, que expongan sus problemas íntimos, que pongan su cargo a disposición. No. Me conformo con que digan su verdad desde su interior y entonces, si esa verdad es infame, que queden al descubierto, retratados, acabados, sin que el periodista haya emitido un solo adjetivo calificativo, un solo juicio de valor.

Cuando alguien diga, como dijo Nixon, desde el fondo de sus principios: «si lo hace el Presidente no es ilegal», el periodista habrá hecho su trabajo y el otro estará acabado. Una vez que admita, porque no pueda ser de otro modo, porque no le quede vía de escape, lo cohecho, lo prevaricado, lo ocultado, lo sustraído, lo mentido, lo traicionado, lo malversado, lo manipulado, el periodista podrá correr, satisfecho, a la redacción y el otro podrá deslizarse, silencioso, hacia el olvido.

 

María Esther Bordajandi Moreno