Vacaciones, ¿tú no lo harías?

Vacaciones, ¿tú no lo harías?

Los barrenderos eliminan las pruebas del delito, mientras las máquinas hacen lo propio en la orilla. Algunas vecinas se afanan por derramar sus botellas con agua y lejía en las esquinas que han servido de urinarios. Los vecinos cabecean por las mañanas porque el ruido de la noche no les ha dejado pegar ojo.

Las cocineras van preparando las tapas del almuerzo y el sofrito de la comida. Concha que lleva más de 30 años en el oficio, sigue dando de comer a más de 50 comensales cada día. Suspira cada vez que tiene que agacharse a por una sartén y se apoya en el mostrador cada vez que la cadera le pega un pellizco. “¡No nos tocará la lotería!”

Los camareros repasan la sala y la terraza, se desperezan después de una noche que ha acabado a las dos de la mañana. Cafés por doquier para apuntalar los ojos durante catorce horas más, un día más. Las Kellys empiezan a tantear las puertas de las habitaciones que tienen que limpiar. Más de veinte cada una y no todas están vacías a las 9, 10, 11 de la mañana. Se tantea, se espera, se abre, se comprueba, y si no hay nadie, empieza toda una sincronía de movimientos para no perder ni un segundo por dos euros la habitación.

El señor Pepe vuelve de la lonja, trae buen material, aunque no sabe si el precio estará al gusto del que está acostumbrado a la comida rápida y la barra libre.

Antonio sale de casa y se va directo a primera línea de playa. No le gustan las aglomeraciones, y sabe que allí más tarde de las once es imposible aparcar la sombrilla. “Esto se les está yendo de las manos” Le confiesa a su amigo Manuel, jubilado como él. Mientras miran los plásticos que el mar arrastra y que no ha depositado todavía en la arena.  “¿Dónde te has dejado a la parienta?”

María está terminando de limpiar en casa, antes de irse a la compra. Hoy vienen sus hijos a comer y quiere dejarlo todo listo antes de irse con Antonio a la playa.

El olor a café se mezcla con el pan recién hecho. Pedro está terminando de sacar las últimas barras a la furgoneta, después de toda una noche intensa de calor y trabajo, les queda aún el reparto. Le acompaña en esta ocasión su hija Carla, que está estudiando y se gana así un dinero para pagarse la universidad. “¡Quién tuviera una beca!”

Ya ha comenzado el movimiento en las terrazas. El vaivén de las cucharillas, las sillas y las mesas se escuchan desde los primeros balcones que se inclinan sobre la costa.

La playa luce insoportable a esta hora, la arena, el sol en picado y el gentío, hacen de la orilla una rambla en la que circular se asemeja a una carrera de obstáculos. Las aglomeraciones se permiten siempre que sean turistas. El mediterráneo; tumba y descanso.

Hoy a María no le cunde el tiempo, son más de las doce y sigue en el mercado. “Gloria, ¿qué no tienen casa, hija?” “Es que aquí se está muy bien. Sol, playa, juerga. ¿Tú no lo harías?” María hace una mueca, bien por su edad o bien por cosas que ha visto que prefiere dejar estar. “Paciencia” Se apoya en el carro y báscula las piernas.

Carlos ha pasado de servir cafés a repartir pintas por doquier. Los ánimos ya se empiezan a ir animando y el calor solo hace que ayudar a la ingesta. Se le acerca Amalia “Oye, eso de que te llamen cariño y te cojan de la cintura, ¿es normal? Es que a mí no me mola un pelo” “No le digas nada al jefe que te tira en dos días”  Amalia sopesa.

Concha está terminando de limpiar la cocina. Dejándola lista para la nueva arremetida que se espera a partir de las siete.

María ha terminado de limpiar los platos de la comida y ayuda a su hija a preparar unos mojitos. Antonio y su yerno miran las primeras borracheras que va dejando caer la tarde. “No tienen fin. Me han llegado a decir que muchos de ellos van hasta arriba de alcohol cuando llegan al aeropuerto”

Entra la noche y con ella el destape del desfase, la desmesura, el refugio de quien no quiere comportarse porque las vacaciones están para desinhibirse. Las aceras convertidas en basureros, las sombras en el refugio de la incontinencia.

Los camareros abriéndose paso entre los empujones y las caídas, las camareras zafándose de los abrazos y los besos al aire. Cuentan ya doce horas de trabajo ininterrumpido. “Esto no está pagao” le dice Amalia a Carlos. “Piensa que son sus vacaciones. ¿Tú no lo harías?”

Cada año todo es más, más afluencia, más fiesta, más desinhibición, más plástico en el mar, más violencia…Todo se reduce a más beneficios.

¿A quién le importa el comportamiento habiendo dinero? ¿A quién la contaminación de los espacios naturales?¿A quién le importan las Kellys, Concha, María o Carla?