Ay!  la PUTA.

Ay!  la PUTA.

Oigo y leo (pues uso las “redes”) a muchas mujeres y hombres hablando de prostitución; de que si es trabajo o no lo es, de si lo hacemos por consentimiento y no por deseo, de si nos da placer o asco y de si somos conscientes o no, y no puedo resistir la tentación de escribir sobre mi experiencia.

No es algo de lo que a las putas nos guste mucho hablar. Por lo menos a mí no. Pensar, nos gusta/lo hacemos un montón, pero hablar o escribir es otro tema. Creo que es porque ya tenemos bastante con tirar “pa’lante” en esta sociedad en la que se habla mucho y se hace poco por la justicia y la dignidad, como para pelearme discursivamente sobre lo bueno o lo malo en chats o hilos de twitter. Al fin y al cabo ser puta es un estigma y ya te miran mal si hablas desde ese púlpito. Aunque es verdad, sin embargo, que no se llama putas exclusivamente, a las que hacen 10 mamadas al día por 15 euros.

“Perdón por la expresión. Tomarlo bien ¿eh?, pero las niñas actualmente se hacen fotos como putas”, Obviamente esta frase no es mía. Es de un juez en el año 2017 (buscad en la web) y recuerdo que pensé: ¡Qué hace este pobre idiota mezclando el chorizo con la velocidad! Si cree que ser puta es vestir de alguna determinada manera o que las putas tenemos la exclusividad de vestir así estamos apañadas!

¡Que esto no va en esa dirección! Que si voy con chandal y zapatillas, una blusa ancha y nada de maquillaje no como. Literal. Ya me encantaría no tener que invertir en tanto tacón incómodo, tangas apretadas y pasar frío en invierno. Si me visto así, señor juez, es porque me visto como la sociedad ha impuesto que viste una chica follable, sexualmente atractiva y en busca de un hombre, un padre para sus hijos o un buen novio. Porque es así como nos quieren a las mujeres; pintadas, sin canas, sin arrugas, con ropa ajustada, sexis, siempre jóvenes y con ganas de sexo a todas horas. Igual nosotras (las “verdaderas” putas) lo llevamos a la exageración, ¡es nuestro uniforme de trabajo! Pero las niñas, chicas y mujeres no se copian de nosotras, no, nosotras nos copiamos de lo que es deseable, de lo que nos muestran las películas, la moda, los anuncios de perfumes, las cinturas de avispa si me apuras, de las películas Disney. Así que, señor eminencia que no pasa hambre a fin de mes, está equivocado. Únase a los esfuerzos de muchas mujeres y pocos hombres por cambiar el concepto patriarcal de belleza femenina, y deje a las jóvenes y mujeres tranquilas, libres de opiniones así.

Y bueno, me estoy yendo del tema. Lo siento. En realidad yo quería hablar del gran temazo de abolir o legislar la prostitución. Si prohibiendo tajantemente, multazo que te viene, multazo que te va al putero baboso de turno (por ejemplo), se acabara. ¡Genial! Y sí, lo digo de verdad. Me encantaría. Eso significaría que las que trabajamos en esto, tendríamos una renta básica (porque ya me dirán ustedes sino, qué hacemos para sobrevivir), casa, comida y bienestar y, entre otras cosas, la mierda del capitalismo y la mercantilización de la vida se habría acabado.

Pero no es así, seamos realistas o por lo menos no pensemos que uno de los genes del ADN de nuestro sistema capitalista y patriarcal va a desaparecer sólo con prohibir. Yo no lo creo, y lo analizo pensando en la trata de mujeres. La trata de personas está prohibida y penada pero no hemos acabado con ella ni de lejos. Igual es porque no se multa a los clientes de los muchos clubs y pubs donde esa mujer a la que se van a follar no puede comunicarse en su idioma, parece que tiene 15 años y pone cara de miedo autocomplaciente. Entonces ¿por qué no empezamos por ahí? Multazo que te va, multazo que te viene, a clientes de víctimas de trata (que hay muchos). Creo que sería un buen comienzo. Pero no, en ese negocio multimillonario hay mucho poder, y en cuestiones de poder y dinero volvemos a la casilla de salida. Capitalismo y patriarcado.

¿Qué si me gusta o no me gusta mi trabajo? Pues no, follar sin deseo ni satisfacción no me ha gustado nunca, y no creo que le guste a nadie, pero hay un dicho que dice “pasar de guatemala a guatepeor” (y disculpen las guatemaltecas) y en mi caso no opino que haya ido a guatepeor. Aunque ahora sea puta y antes fuera “esposa”, en cuestiones de sexo ya lo hacía sin deseo y fingía con mi expareja. No sé si seré la única pero a mi eso me pesaba aún más que ser una puta independiente y autónoma por las calles de mi ciudad.

Él era el “ganador del pan” de nuestra casa, y yo no salía de esa situación pues ni tenía alternativa habitacional, ni tenía un trabajo con el que poder independizarme y alimentar a mis hijos. A fin de cuentas aguantaba como aguanto ahora cuando trabajo, y si en algo me siento bien, es en que no dependo de ese hombre con el que también se suponía que tenía que follar. Ahora mi trabajo no es digno (la sociedad me lo repite constantemente), es una mierda muchas veces, pero me ayuda a vivir dignamente sin tener que, además, ser la chacha y esposa de sus deseos. En este sentido, yo también empezaría por cuestionar si existen alternativas dignas para mujeres que no tiene otra salida (como ha sido mi caso), en vez de estigmatizarnos y acusarnos del flaco favor que le hacemos al feminismo y a las mujeres. También limpio escaleras a 4 euros la hora, por si alguien a estas alturas se cree que soy una “puta de lujo”. No, la cuestión es que no hay escaleras suficientes para vivir dignamente.

Y lo que quiero concluir es que no estoy aquí escribiendo para reivindicar que quiero la legalización. Que soy la primera a la que le encantaría que los hombres tuvieran otra masculinidad, que el patriarcado, el machismo y la misoginia se acabará, y así intuyo que sería fácil acabar con la prostitución. Estoy aquí, haciendo el esfuerzo para que mis reflexiones sirvan para salir del blanco y negro. Prostitución sí o no. Para que pensemos también en esas putas que quieren ser independientes de proxenetas, y de clubs maltratadores. Para que veamos a esas mujeres, como mujeres valientes y dignas, feministas que quieren sentirse protegidas por la ley y que no les pase como a mi amiga, que fue a denunciar la violación anal por parte de un cliente y le dijeron; “vamos a ver señorita, ¡si usted es una puta!”

Quiero que piensen en nosotras desde este humilde punto de vista. Pues vivimos también en la precariedad, y si nuestro estómago nos permite follar sin placer, sin deseo pero con consentimiento, no se nos puede juzgar continuamente por intentar luchar por mejorar nuestras condiciones en este mundo injusto.

 

Ayla

*Relato de ficción documentado en base a opiniones reales, conversaciones y el intento sincero de ponerme en su piel. – María Guridi